martes, 11 de mayo de 2010

Una sistema, dos resultados

La historia de dos colegios: uno en una importante zona comercial de Sevilla; el otro en un lugar donde muchos no se atreven a entrar, y cómo hace frente cada uno a los retos y las recompensas de su situación.

A pesar de la promesa legal de una educación gratuita pero obligatoria desde los 6 hasta los 16 años, la experiencia no es la misma en los colegios de Andalucía, una región que engloba aproximadamente el 20 por ciento de la población estudiantil de España. El colegio concertado Portaceli y el colegio de educación infantil y primaria Andalucía son dos modelos bien diferenciados producidos por el mismo sistema. Portaceli es un colegio arraigado en la tradición con un fuerte vínculo tanto con la comunidad como con el carisma jesuita, mientras que el Andalucía es un colegio en constante cambio que está ubicado en el Polígono Sur de Sevilla, una zona marcada por la droga, la violencia y la marginación de muchos de sus habitantes.

Los directores Margarita Cuadra del Portaceli y Eduardo Barrera del Andalucía comparten su percepción de lo que hace a sus colegios lo que son.

ESTUDIANTES, COMUNIDAD, FAMILIA
El colegio Portaceli, con 3.200 estudiantes, está situado en el barrio de Nervión, un importante distrito comercial que incluye varios emplazamientos conocidos como el estadio del Sevilla Fútbol Club. Sus cuidadas calles y su bullicioso ambiente urbano revelan un marcado contraste con las aceras cubiertas de basura y las paredes llenas de pintadas del Polígono Sur, el hogar de los 269 estudiantes del colegio Andalucía. Situado en el extrarradio sur de Sevilla, este barrio, conocido también como Las Tres Mil Viviendas, es sonado por el tráfico ilegal de drogas, el crimen y el analfabetismo, problemas estos que, a diferentes niveles y en las calles más abandonadas, afectan al 90 por ciento de los padres de los estudiantes.

En Nervión, los padres no parecen haber tenido suficiente. “Los antiguos alumnos traen a sus hijos para que reciban una educación como la que ellos tuvieron,” comenta la directora Margarita Cuadra.

Mientras que el Portaceli es motivo de orgullo para las familias, hubo una época en que en el Polígono Sur los padres veían el colegio Andalucía con desdén. La educación era considerada en su día algo completamente innecesario por muchos de esta zona de la ciudad caracterizada por los problemas sociales, donde pocos niños o ninguno continuaban escolarizados al superar la edad obligatoria de 16 años. La comunidad gitana, casi el 90 por ciento de la población estudiantil en algunas partes del barrio, se rebelaba contra los profesores al pensar que no podían identificarse con ellos o con sus hijos. El director Eduardo Barrera narra un incidente en el que él mismo y otros compañeros tuvieron que hacer frente a los insultos por parte de los padres descontentos. Aunque se trató de un incidente puntual, estos actos fueron una muestra de la resistencia que estos padres oponían a los profesores a los que no conocían y a los que confiaban sus hijos. “¿Por qué tenían miedo? Sentían miedo porque no tenían ninguna relación con ellos”, afirma Eduardo Barrera. En cierto sentido, el momento en que se cerraban las puertas del colegio por la mañana significaba dejar apartadas a las familias.

FINANCIACIÓN Y ACTIVIDADES
El gobierno de la Junta de Andalucía, supervisor de la educación en la comunidad autónoma, supone tanto una fuente de ingresos como de discusión sobre “lo que es mejor para los colegios”. Eduardo Barrera admite que la relación con el Ministerio de Educación es mejor que con la Consejería.

El colegio Portaceli recibe financiación adicional de la Fundación Loyola, una entidad que engloba los cuatro colegios de Andalucía y fomenta las enseñanzas de la Compañía de Jesús. “Da sensación de unidad y solidez” que fortalece tanto al colegio como a su imagen, expone la directora.

Pero el colegio Andalucía, al ser público, no tiene otra fuente oficial de ingresos a la que recurrir, por lo que se buscan fondos en otros sitios. Cajasol, por ejemplo, actuó de patrocinadora al suministrar el dinero para crear una biblioteca.

Para Portaceli, la lista de actividades es extensa e incluye, entre otras, bordado, cuentacuentos, baile, gimnasia rítmica, informática, inglés, dibujo y teatro. También hay opciones específicas que cubren el aspecto religioso del colegio, como los grupos de fe.

La historia es muy distinta en el Polígono Sur, donde la idea de salir del barrio, fuera de lo conocido, era motivo de preocupación no hace mucho. Eduardo Barrera explica que al igual que los sevillanos temían adentrarse en el Polígono Sur, los que allí viven temían ir al resto de Sevilla. Para superar este miedo era necesario resaltar que “cuando los estudiantes salen del barrio, es para aprender”, afirma el director.

Ahora cada vez hay más actividades en el colegio, como el equipo de baloncesto y el flamenco, que es muy importante para la identidad cultural de la comunidad. Hace poco los estudiantes incluso viajaron a Madrid para ir a la feria de las ciencias, algo que habría sido imposible en el pasado. En última instancia, este logro se puede ver como una muestra de la confianza que ahora depositan las familias en el colegio.

TRANSFORMACIÓN
La situación actual de Portaceli parece que es la de mantener su posición. Hoy por hoy se considera este colegio uno de los mejores de Sevilla, pero todavía se pueden cambiar cosas para mejorarlo. Margarita Cuadra habla, por ejemplo, de la naturaleza burocrática del sistema y cómo, en ocasiones, cosas tan simples como documentos que no se entregan a tiempo pueden generar problemas mayores de lo que deberían ser.

Para Eduardo Barrera, la oportunidad de cambiar cosas es uno de los aspectos que más le gustan del cargo que desempeña. La transformación de los últimos siete años se debe especialmente al proyecto de “Comunidad de Aprendizaje”, que fomenta la comunicación y la conversación como medios para el progreso. “Para educar a los niños es necesario educar a los profesores, a la comunidad y a la sociedad”, afirma Eduardo. Si se descubre lo que necesita la comunidad, el colegio será más capaz de adaptarse a sus necesidades y, al final, ganar su confianza.

Los sueños que ha expresado la comunidad del colegio Andalucía y que se han convertido en realidad conforman las hojas del árbol que preside la entrada. La mentalidad ha cambiado: ahora los padres comparten un café con los profesores en vez de rechazarlos, y los estudiantes piensan más en su trayectoria académica en vez de en abandonar las aulas lo antes posible. El director define la transformación de otra manera: “Antes, nadie pensaba en ir a la universidad, pero ahora nuestros chicos y chicas piensan estudiar allí.”

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